A Emil Aurora
Los hijos, lejos de ser meramente la herencia genética de los padres o seres inofensivos que la humanidad presume que deben proteger, representan el mismo prólogo de nuestra sociedad. El niño que nació en un pesebre y que grandes reyes temían, y naciones esperaban su surgimiento, no fue simplemente una historia con consecuencias a gran escala. Se trata de que en el proceso desde el nacimiento hasta su finalización, la historia, cualquiera que sea el protagonista, presupone el inicio de un porvenir impreciso. Este nacimiento podría ser tanto la espada de la muerte como la salvación. Los niños son codiciados tanto en el bien como en el mal, ya que encarnan la esperanza en el triunfo de sus rivales. Todo el mundo sabe que un niño, más que ser simplemente una persona nueva en el mundo, es un ser voluble que puede ser manipulado a voluntad para alcanzar su realización. Nacen para ser enseñados y adiestrados para cualquier clase de oficio según su naturaleza. Aunque el mundo parezca inmenso y lleno de sinsentido para ellos, en ocasiones los hombres plantean sus destinos y ellos, a través del tiempo, si son lo suficientemente rigurosos consigo mismos, pueden llegar a apropiarse de los suyos.
Este destino que les es entregado para que lo guarden con los puños cerrados es su primera esperanza. Inyectándoles una visión muy propia pero con cucharas diminutas, terminan transformando y acomodando estas ideas a la par de sus experiencias y sus nuevos y adquiridos objetivos. Por eso, las generaciones son la viva imagen de estos individuos en la etapa más temprana de su desarrollo y podríamos identificar ciertos patrones para poder comprender de qué están hechos nuestros jóvenes, ya que sus raíces son relevantes a la hora de revelar sus grandes motivaciones. Por ese motivo, el individuo lucha con algo desde que obtiene pleno conocimiento y la mayor parte de su tiempo estará enfrentándose a ello.
Al pensar en el niño como la sociedad futura, no solo estamos pensando y haciendo ciertos tipos de cosas positivas (y otras conscientemente e intencionalmente negativas) por ellos. Estamos haciendo estas cosas por nosotros al final, porque si el futuro inmediato nos alcanza, y la edad no nos perdona, es muy posible que seamos partícipes junto con ellos de ese futuro presente.
Así que yo apostaría por un avance gradual en todas las áreas, desde aquello que consideramos una representación cercana a la moralidad e intelectualidad. Esto no solo cuidará a nuestras futuras sociedades, sino que haremos un lugar mejor y menos caótico para nuestros niños que no merecen lidiar con las mismas desgracias que nosotros, porque así como nosotros les entregamos aquella primera esperanza con nuestra visión del mundo, ellos nos ofrecerán una realidad mejor.
-Saúl Torres