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El Edén En LLamas


Si la historia mosaica, específicamente en el Génesis, hubiera comenzado con la probabilidad de que nuestros primeros dos personajes encontraran el Edén en llamas, la historia hubiera sido distinta. Estos personajes, ante un suceso desconocido sin saber la profundidad del bien o del mal, quizás hubieran quedado impresionados cuando les dijeran que el paraíso construido hace 6 días se ha convertido en polvo y cenizas y que no hicieron nada para detenerlo. Ambos serían culpables en el mismo orden de los hechos, a diferencia de la historia narrada en el Génesis, que aunque ambos culpables, el pecado cometido fue en momentos de minutos o horas en el reloj paradisíaco. Si hipotéticamente estos hubieran cobrado conciencia en ese mismo instante donde el viento revoloteaba las cenizas, el castigo más adecuado hubiera sido, no abandonar el Edén, sino más bien repararlo. Regar las plantas y curar a todos los animales mientras se lamentan por otras pérdidas.

En toda esta hipótesis, si hablásemos de tiempos de culpabilidad y errores, Eva, señalada con el dedo del gran primer error por no haber insistido en ninguna clase de réplica hacia la persuasiva oferta de “ser igual a Dios”, habría tomado dentro de este relato nuevo un protagonismo igual mayor. Habría desprendido, como la primera mujer en el mundo y probablemente de todo el universo, un cuidado atento y rígido al devastado Jardín. Adán no se hubiera sentido en una posición difícil al saber que tanto el avance como la mortalidad habrían de compartirla con la única mujer en su mundo.

Y precisamente este cambio de escenario es lo que nos podría indicar que la fidelidad entra en duda cuando ostentamos más opciones. Pero el hecho de que todo este Edén era responsabilidad de los primeros seres humanos, hace de su relación sempiterna; ambos habían compartido el crimen y castigo de la mortalidad. Habría convertido a Adán no solo en un hombre único sino el único hombre que debía importar hasta que la muerte los separara. Y de Eva la única mujer en el mundo y su mundo, que pudo compartir con Él los barrotes y la paternidad.

Estos dos seres humanos únicos en su peregrinaje sacudieron la historia con el ejemplo de que dos son iguales a uno. Aun con la sentencia irrevocable del Dios que creó el paraíso, continuaron juntos en su viaje sin fin.

-Saúl Torres

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